día 33: se entiende igual.

Ayer, antes de derivarme hacia la cuestión de lo copado que es integrar 1.0 y 2.0, decía que suele pasar que escribamos como escribamos, se entiende igual. Es una generalización, obviamente, no se entiende en todos los casos, pero se entiende en muchos, me atrevo a decir que en la mayoría. Para las generaciones pre internet es un escándalo lo que está pasando con el lenguaje en nuestra era tecnológica, me acuerdo de cuando García Márquez salió a decir que las H estaban al pedo y se le fueron todos a la yugular.

Está lleno de soldados de la RAE, que gritan que estamos matando el idioma, y seguramente lo mismo pasará con el inglés, el francés, el chino, el árabe, etcétera. Se rasgan las vestiduras los fundamentalistas de que todo quede igual. Son incluso peores que la Real Academia, que a los ponchazos va aceptando que no queda otra que agregar guglear como verbo.

El tema es que GM tenía razón: la H está al pedo, como la P de septiembre, por traer a colación otro tema polémico de todas las primaveras al sur del mundo. Necesitamos simplificar el lenguaje porque nos estamos volviendo una cultura cada vez más escrita, quizás como consecuencia de la irrupción de la tecnología.

Simplificar el lenguaje, lo cual no significa hacerlo más simple. Son cosas diferentes, pasa que se tiende a pensar que el que escribe con faltas de ortografía escribe mal, y deja de interesar lo que ponga. Son esas cosas de ‘la educación’. Una idea muy difundida por el sentido común es que te enseñan a escribir y al mismo tiempo te enseñan a pensar. Hay causas neurológicas para esa afirmación, van más allá de mis capacidades de enunciación y no me voy a poner a mirar ahora. A lo que voy es a que esa idea, tomada por el sentido común (el nefasto, conservador sentido común) se banaliza y se convierte en juicio de valor sobre el otro.

Una vez veía un video, que hablaba de la importancia de las palabras. Muestra a un viejo ciego pidiendo limosna con un cartel adelante, el cartel dice SOY CIEGO, POR FAVOR AYUDA. Le dan poco, como suele suceder, hasta que pasa una flaca y le reescribe el cartel, logrando el efecto publicitario: la gente le empieza a dar limosna a lo loco. Una mierda, ¿podemos ser tan soretes como para conmovernos ante una frase bien escrita e invisibilizar al viejo ciego que no da más y que se está cagando de frío ahí en plena calle, delante nuestro, con la mano extendida?

Mah, sabemos que sí, que podemos. Lo peor del video es que la mina no le da ni una moneda. Y eso es una campaña de bien público. Está todo mal, no me digan.

El lenguaje no es más que el disfraz que nos tocó para vestir al mundo. Pretender que sea la piedra de toque de lo inmutable es no entenderlo, quejarse por cómo se escribe hoy es de necios, de mentes sin imaginación. El lenguaje está suelto, y sus reglas cambian como la música que escucha cada generación, de la que se quejan los que ya no pueden incorporar sonidos nuevos porque se quedaron atados a aquel flash que se pegaron cuando todavía tenían el cerebro flexible.

Si al final se entiende lo mismo, y medio que de eso, de entenderse, se trata el asunto.

 

 

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